domingo, 11 de noviembre de 2012

Perú 1012

No solo es angustiante, es increíble, casi demencial no poder medir ni controlar el efecto que tenemos en los otros. Estuve 18 días en Argentina el año pasado, de los cuales 14 viví en la calle Perú al 1012, justo al lado de Carlos Calvo, y diagonal al bar El Federal, en la mágica San Telmo. Volví este año y sentí de nuevo que mi corazón pertenece y ha pertenecido siempre a esa ciudad. Esos 18 días los viví de la mano del Gato. El visitante asiduo de este espacio, de mi ventana, de mis noches de insomnio, ese gato que ahora anda perdido en los tejados del sur (que clichesuda frase).


Este es un manifiesto al efecto que tenemos en los demás. Fui a Buenos Aires para cambiar de calles, para deslumbrarme, para cumplir un sueño, para cerrar un ciclo. Llegué a donde un Gato tímido, ingenuo, escondido, asustado. Ambos salimos adelante en esas calles que me dibujé de memoria en la cabeza. Yo salí de Buenos Aires renovada y al llegar a Bogotá mi vida cambió completamente, me fui del hogar materno en menos de un mes después, y él allá hizo amigos y empezó a vivir, a respirar con tranquilidad.

Decía que la primera regla conmigo es "Ella siempre tiene razón", y la segunda era "En caso de duda, remítase a la primera regla". No tenía razón, porque no siempre tengo la razón. Lo dijo sólo porque al calcarme el mapa de la ciudad en la cabeza, siempre sabía por dónde voltear y dónde tomar el bus adecuado. La última noche en Buenos Aires, el 1 de mayo, Fito cerró su gira "Confía" en el estadio de  hockey de Gimnasia y Esgrima. Fue una noche lluviosa a la que el Gato no pudo acompañarme. Llegué a Perú 1012 pasadas la 1 de la mañana y debía estar en Ezeiza a las 3am. Me cambié, terminé de arreglar maletas y él llegó de su trabajo. No hubo espacio para despedidas, no hubo un momento para decirle cuánto lo quería, cuánto le agradecía el cariño y el cuidado de todos los años. Creo que nunca he conocido un hombre tan sensible y tan bello, siempre supe que podía enamorarme de él en cualquier momento. Él trató de despedirse; yo fui parca e higiénica en esas condiciones. Creo que llevaba despidiéndome desde que llegué. Llegó el taxi, bajamos las maletas y para no llorar lo abracé, lo besé en su gran cachete, y le dije adiós, sin esperar su respuesta. Subí al taxi y no mire atrás. Iba a volver, siempre quiero volver.

Cuando llegué a Bogotá encontré un email suyo de despedida. Publico un pedacito porque es de su autoría, y porque antes de ese email pocas cosas me habían hecho llorar tanto.  Fue devastador entender tan tarde todo lo que me había querido decir. Odié su silencio, su cobardía, y lo amé también por eso.

"Agarró el taxi y se fue. A ella nunca le gustó la melosería. No se trata de frialdad de espíritu: ella es la mejor amiga de sus amigxs. Simplemente era su forma, la forma que le parecía más correcta. Una forma higiénica de despertarlo a él de un estado de vigilia permanente.

Entonces se despedían y ella no daba pie para nada.  Su comportamiento siempre impecable, dueña de sí. Garbo en cada paso, y una contundencia muy suya para hablar. No era fría, simplemente austera. Ella de verdad lo quiere a él. Quizá no de la forma que él deseaba por esos días.

Lo que siguió después fue lo lógico. Él se moría por abrazarla y besarla desde que llegó. Así que lo primero que sucedió al pasar el portal de su edificio fue morderse los labios. No era un acto violento, simplemente se los mordía para comprobar que estaban allí. Era un gesto de la infancia: involuntario, completamente honesto. Después las lágrimas: lentas, en silencio, sin hacer gestos, con la cara plana completamente perdido en ese ascensor viejo y hermoso.

Él la quiere a ella. Le guarda un cariño especial. La admira por su coraje. La envidia por su disciplina. Le gusta su sonrisa, su forma de fumar, su espalda, y ese huequito que se forma entre sus muslos y su cintura, justo encima de la línea del pantalón de pijama. -Podría vivir ahí- Piensa  en voz alta cuando descubre ese rincón de su cuerpo, una noche durmiendo a su lado.

Dormir a su lado. Ese lejano y ridículo simulacro de respiraciones rítmicas y ojos apretados. No se trataba de contar ovejitas, ni de la voluntad de dormir, ni de cuentas pendientes en la vida. Era la situación en sí misma: ¡Era ella a su lado!, completamente hermosa y a su lado, completamente dormida y a su lado: es muy simple conjurar la dulce imagen. Era fácil descubrir la razón de su insomnio.

No poder tocarle un pelo en esa situación le dolía. No lo hacía solo por vergüenza. Lo hacía porque de verdad la respeta y de verdad la quiere.  Él sabía que ella no estaba interesada en él de esa forma. No le dolía el rechazo, simplemente le dolía la imposibilidad de tocarle una mejilla, o de acariciarle la cabeza o de abrazarla. Nada más.

Entonces cuando se despedían. Debió explicarle su cara de tonto en el cementerio de la recoleta, su insomnio nervioso en el calafate, su fingida distancia en el jardín botánico, su melancolía en el jardín japonés, sus ganas de besarle la boca en la boca, la envidia que le daban esas guapas mujeres de Palermo que le quitaban la respiración a ella y en otra circunstancia a ambos, su necesidad de ir detrás siempre en Colonia, su obstinado silencio en las calles de San Telmo, su alegría total al verla hermosa y deslumbrada por las luces de 9 de Julio y de Puerto Madero…

[...]

No me dejas deprimido o sufriente. Me dejas pensativo y reflexionando, nada más. Eso si me dejas el otoño y el recuerdo en 84 fotos tuyas. ¡Que lujo! Te quiero mucho, cuando me pienses, la brújula tienes que ponerla al revés."

http://www.youtube.com/watch?v=rJienZFvCd8&feature=fvst

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