domingo, 18 de noviembre de 2012

Domingo

Otro domingo trabajando. Hace un mes no trabajaba los fines de semana. No me importaba que fuera puente, no me importaba que tuviéramos mucho que hacer en la oficina. Dedicaba mis fines de semana a la familia y la pareja. Eso hacemos constantemente desde el momento en que entramos a la vida productiva. Sobre todo si lo que ganamos por ese trabajo es necesario para mantener un apartamento, una vida, unos gatos, y uno que otro lujo.

Duramos muchos fines de semana trabajando. Sobre todo los domingos. Llegaba cansada de la actividad familiar y tenía que disponer mi cabeza para producir documentos, emails, conceptos, recursos. Preparaba comida para las dos y tú te ibas a dormir. Prendía la luz de la cocina para que  pudieras dormir; los gatos se ensurrullaban entre tus piernas y mientras decidías dormir los acariciabas y ellos ronroneaban. Yo contemplaba la escena desde la mesa de trabajo. Pronto caías en un sueño profundo como una piedra. 

Solía verte dormir. Hacía frío, me enrollaba una cobija en las piernas y trataba de concentrarme en el trabajo. Lograba sacar una que otra idea, pero siempre terminaba volteando a verte, en esa pequeña cama sencilla, con los gatos desparramados. Era una escena que fácilmente me entibiaba el corazón. No pasaba mucho tiempo entre verte dormida y querer dormir a tu lado. Así que mandaba el trabajo a la mierda, pensaba que al otro día igual tendría que terminarlo más rápido. Yo lo que quería era abrazarte por la espalda y dormir a tu lado.

Sacaba la pijama, me lavaba los dientes con la luz del baño apagada, corría a los gatos sin hacer mucho ruido, me ponía la pijama rápidamente y sin que te dieras cuenta te tenía abrazada. De inmediato el corazón se sentía tranquilo, se sentía en el lugar esperado. Tú, levantabas la cabeza y abrías un poquito los ojos. Me decías cosas entre sueños, que te besara, que me amabas, que ¿qué pasó con el trabajo?. Yo te respondía al oído, te decía que te amaba, que no aguantaba verte dormir sin mi a tu lado, que quería pasar las noches de la vida así, que te amaba con el alma, que el trabajo lo podría hacer mañana, que lo que mi corazón quería era abrazarte de por vida. Tú sonreías, me besabas, te besaba, y volvías a caer profunda en el sueño. 

Este es otro domingo en el que tengo que trabajar. Y no quiero. No solo hace frío, no solo hay mucho que pensar y poca cabeza para hilar tres ideas seguidas. No solo los gatos se arrunchan en la cama, que ahora es doble. No estás en esa cama, no me dices nada al oido y no puedo verte dormir.

Entonces, ¿para qué trabajar?.

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