lunes, 31 de diciembre de 2012

Hello. Goodbye.

Esta vez quiero probar escribir sobre algo diferente, pero la vida se reduce a personas, sentimientos (sensaciones) y acciones. Así que la intención de escribir sobre algo diferente a esos tres elementos de la vida pierde sentido rápidamente.  Entonces, mejor decido, aquí y ahora, escribir en este sitio que ha sido testigo de momentos difíciles de mi vida, una suerte de manifiesto luego del año al que le quedan 7 horas y media.

Hace un par de días estuve en cine y me vi "Life of Pi".  De todo el guión, en el que se teje una historia sobre aquello en lo que creemos y aquello en lo que tenemos fe, la frase del final fue aquella que más me llegó al corazón: "I suppose in the end, the whole of life becomes an act of letting go, but what always hurts the most is not taking a moment to say goodbye". Así, éste, como otros años, fue un año en el que encontré nuevas personas, me reencontré con otras, y dejé ir a otra. Específicamente, dejé ir a una persona.

Llevo pensando dos meses en cómo decir adiós, en cómo despedirse de momentos, de la gente, de las situaciones, y en cómo saludar las nuevas cosas que llegan a la vida. Estos dos últimos meses la vida me ha devuelto personas, me ha permitido conocer personas nuevas y me ha permitido dejar ir sin rencores.  

Es imposible no relacionar la vida con la música, y hoy decido escuchar tres canciones particulares: "Adiós", "Hello, goodbye" y "Me quedo aquí". Trato de escribir algo coherente, pero no ando muy inspirada, y lo único que me permiten concluir esas tres canciones es que hay que recibir lo que viene y a los que vienen con la emoción con la que se recibe un libro (que si es viejo y cuenta una historia, entonces más emoción), que los reencuentros son más emotivos que las despedidas, que siempre hay que procurar decir adiós, y hay que aprender a hacerlo de la manera más tranquila.

Año 2012, y este un pequeño manifiesto de la expectativa que tengo del año que viene. Celebro con ustedes, personas que me leen, los momentos y las decisiones que nos trajeron hasta acá. Celebro las personas que llegaron a mi vida en este año, las que volvieron y las que se fueron. Celebro las lágrimas y las alegrías. Celebro la 14 estrella de Millonarios. Celebro el baile y las caderas. Celebro siempre la música. Celebro siempre los libros. Gracias por leer. Gracias por estar.


martes, 25 de diciembre de 2012

Cuatro.

Cuatro palabras, no se necesita nada más. "¿Quieres ser mi amor?". Cuatro. No se necesita más. 

Los chinos dicen que el cuatro es de mala suerte. Recuerdo estar viendo en el Gourmet el programa de Iwao, haciendo algún sushi o algo parecido, y diciendo que jamás nunca se debe partir -y menos servir- un roll en cuatro pedazos. Dicen que su mala suerte es porque cuando se pronuncia suena parecido a la palabra "muerte". O bueno, eso dicen los buenos colaboradores de wikipedia. Los mismos colaboradores dicen que la superstición es compartida con los japoneses.

Pero se necesitaron cuatro palabras, a pesar del mal augurio de los chinos y los japoneses, que seguro utilizarán más palabras para transmitir un mensaje. Respondí, casualmente, con cuatro palabras también: Me moviste la vida. No hay que creer en las casualidades, no existen.

Casi como una predicción, el cuatro viene rondando las frases más importantes de las conversaciones diarias. "No dejes de escribirme" le escribí hace un tiempo. No ha dejado, no hemos dejado. Y así, no puedo evitar pensar que "she is a keeper".

Hasta ahora, el cuatro nos ha traído fortuna.


sábado, 22 de diciembre de 2012

Sábado.

Hoy es sábado. Hoy escuché tu voz.

Hoy sentí el frío de la nostalgia tomarse el cielo azul que hace unas horas reinaba en Bogotá. 

Me siento en la misma mesa de Carulla en la que me senté hace poco más de dos meses cuando todo terminó. Salí de tu casa y al no saber a dónde ir llegué a Carulla y me senté a llorar, consternada y sin saber qué hacer, pensando que nunca estuve preparada para ese momento.

Y ¿quién está preparado? Nadie. ¿Quién puede estar preparado para que el mundo que ha construido con amor y dedicación se acabe?

Han pasado muchas noches desde entonces. Con esfuerzo he hecho el trabajo de dejarte ir. He cerrado capa tras capa de momentos, y ahora, aquí, en este sábado, sigo sin saber muy bien quién soy ni qué quedó.

Quisiera decir que ya lo logré, pero no soy triunfalista. Eso también nos lo ha enseñado el fútbol. Sábados como hoy me recuerdan que todavía me queda camino, pero también me recuerdan que estoy dispuesta a recorrerlo, a recorrer lo que falte recorrer.

No se muy bien quién es este cuerpo que te escribe. Dejar ir es irse un poco con eso. Uno deja ir gente y se deja ir un poquito. Se reconstruye, reconstruye sus cimientos, pero nunca vuelve a quedar completo. Talvez eso sólo ocurre con las personas que cambian un poco la vida, uno se entrega, y luego las deja ir con ese poquito que uno fue con ellas.

Yo te dejo ir y no puedo recordarnos. Ya no me acuerdo de lo feliz que era a tu lado. Ya no recuerdo qué era despertarme para verte dormir arrunchada a los gatos. Ya no recuerdo los olores de tu casa, la comida que comíamos, los sancochos de Saris. Ya no recuerdo cómo era mi vida. Y te dejo ir como la energía sale por nuestros poros.

Hoy fui a recoger mis cosas a tu casa. Al lado mio están en este momento lo que quedó de mi en tu casa. Una caja. Lo escribo en este espacio porque no quiero olvidar la sensación que ahora tengo. Los suspiros que salen de mi nariz al caminar en el sentido contrario a tu casa, de alguna forma el deseo de no volver a ese lugar, los recuerdos golpeando como terremoto en mi cabeza. Las lágrimas que recorren conmigo el Park Way y tu imagen saliendo de mi vida con ellas. Dejé nuestra historia en ese recorrido para no volver. Lo dejo en esa caja. Y si vuelvo a nuestra historia será solamente a hablar de ella, con lo poco que pueda recordar para ese momento.  Por ahora, solo tengo claro que no soy esa persona, pero no tengo claro cuál soy.

"Fuimos el viajero que no implora, que no reza, que no llora, que se echó a morir".

lunes, 10 de diciembre de 2012

Mensajes

Escribo esto como si te estuviera escribiendo un mensaje. Sin embargo, las palabras no salen tan fácil como siempre. Me gustan las palabras; lo sabes. Sí, no alcanzan a describir los sentimientos, pero se acercan mucho y se sienten diferente a un beso, a un abrazo, calientan el alma y el corazón de maneras tampoco descriptibles. Tiemblo escribiendo esto, los dedos y  las manos sudan. Pero tampoco puedo dejar de hacerlo. Tengo ganas de gritarle al mundo cuánto quiero que pases muchas noches lindas a mi lado. ¿Egoista? sí, un poquito. Sigamos escribiéndonos. No dejemos de hacerlo. No dejemos de leernos, no dejemos que las angustias del día a día nos alejen de esa forma de calor. 

Decides en qué bus te irás para tu casa. Me dejas en la boca tu sabor a cigarrillo. Me dejas en los labios los rastros de tus besos que no quiero que terminen. Me dejas en las manos el olor de tu piel. Me dejas en los lentes una huella de tu nariz. Me das un beso y te despides, te llevas mi respiración contigo. Miro a la séptima y la huella de tu nariz me impide ver, trato de recuperar la respiración, y no me aguanto las ganas de escribirte de nuevo. Los gatos maullan al llegar a casa; les sirvo la comida, pongo música y me siento a pedirte que me devuelvas la respiración que te llevaste.

No dejes de escribirme.

martes, 4 de diciembre de 2012

Descongestión.

No quiero saber nada de ti. No quiero saber si sigues con la persona que estás, si te sientes feliz, si te duele la cabeza, si terminaste bien el semestre. No quiero saber dónde vas a pasar vacaciones y si efectivamente te vas para México. No quiero saber a dónde te vas de rumba el día de las velitas, o cuándo te vas para Cali. No quiero saber nada de ti.

No quiero saber si me piensas o te hago falta, si en algún momento pensaste que esto podía terminar de otra manera. No quiero saber si te preocupas por mi, por mi familia. No quiero saber si te recuperaste, si tu rodilla sigue mal y cómo te irá en la feria de diciembre. No quiero saber nada de ti.

No quiero saber nada de mi tampoco. Llevo dos semanas con un taco emocional en el pecho. Una suerte de  escudo que mi corazón extendió para hacerme sentir mejor dentro de este último mes y medio de mierda. Y anoche, luego de presionarme un poco para no sentirme tan atorada, todo salió. La piedra, la impotencia. Saber que, a pesar de todas mis ganas por no saber de ti, estás regada en pedacitos por mi vida. Enterarme por diferentes lados de tus cosas, saberte tranquila, saberte mirando hacia adelante, saberte con dolor de cabeza. Saber que no estoy ahí contigo. No saber dónde esconderme de todo. Saber, tener claro que, a pesar de todo, ya no estamos en el mismo lugar.

Me descongestioné. Todos los días decido vivir esta vida que no tengo clara desde que no estás. Y hoy más que nunca, no quiero saber de ti, no quiero saber de ti porque me duele mucho no saberme ahí.

viernes, 30 de noviembre de 2012

Nostalgia

Anoche soñé contigo. Llevaba un par de semanas sin hacerlo. No lo recuerdo muy bien, era algo así como una celebración familiar, tu y yo encargándonos de todo. Lo normal en tus reuniones familiares. Me desperté extrañándote. Pero como si te extrañara en otro cuerpo que no es este, en otro espacio que no es mi apartamento, en otra persona que ya no soy yo.

Nostalgia.

1.   Pena de verse ausente de la patria o de los deudos o amigos.
2.   Tristeza melancólica originada por el recuerdo de una dicha perdida.

Dicha perdida. Ausente. Tristeza melancólica. Deudos. Amigos. Recuerdo. Sí, el punto no es olvidar, el punto es dejar de recordar, y más allá del día a día que me golpea con recuerdos de esa dicha perdida, los sueños son ese espacio donde todavía puedo sentir lo que eramos. 

Fuimos. Fuimos muchas cosas. Fuimos mucha gente. Fuimos felicidad. 

Te estoy dejando ir, sin darme cuenta sales de mis recuerdos diarios, y reposas en un lugar sagrado, escondido. Nadie se muere nunca de esto, y no voy a ser yo quien lo haga. La tristeza melancólica aparece sin darme cuenta cuando sueño contigo, cuando de repente me encuentro pensando en ti. Pero ¿sabes? te estoy dejando ir.

https://www.youtube.com/watch?v=pkrBuW8TKGg

viernes, 23 de noviembre de 2012

La adultez

No quiero ser adulta. Quiero ser adulta para unas cosas y no adulta para otras. Ojalá la gente pudiera hacer eso, sería más feliz. Me gusta mi trabajo, me gusta lo que hago y las personas con las que trabajo reconocen mi experiencia, mi dedicación y la alta calidad de los documentos que produzco. Sin embargo, llevamos 8 meses en los que el trabajo no para. Fines de semana, festivos, 12 horas diarias, madrugadas... en fin. La realidad es que estoy agotada, física, mental y emocionalmente. Ya no quiero más.

Me pasó en la Universidad cuando estaba terminando carrera, pensaba que si me iba a moler el lomo todos los días, quería hacerlo porque me pagaran y no por pretender estar aprendiendo cosas que ya no me interesaba aprender. Ahí, en ese instante, me sentí lista para la vida laboral y ahora la deploro. Quiero volver a las aulas de clase, quiero poder sentarme en el pasto un miércoles soleado a las 4 de la tarde, quiero reunirme con la gente que quiero a horas decentes, como las 6pm, y no a las 10pm.

Es cierto que soy una afortunada; no debería estar quejandome de la cantidad de trabajo que tengo, porque en principio, tengo un trabajo y tengo una vida con algunos lujos que me permite ese trabajo. Pude independizarme, mantengo mi vida, mis gatos, cenar, ir de rumba, en fin, hasta tengo ahorros. Pero siento que ya no doy más, y la posibilidad de tomar vacaciones bajo estas condiciones es irrisoria. No quiero más pagar recibos, pelear con las empresas prestadoras de servicios, pagar administración, arriendo, plomero, no quiero más de nada.

Lo que me pasa a mi es una realidad en la mayoría de las personas que conozco, y supongo que las que no conozco también. Van por la vida malabareando la vida personal y la laboral. Dejando la existencia en las oficinas y puestos de trabajo 10, 12 horas, para llegar a casa e intentar tener un poquito de paz, un poquito de felicidad. Algunos empleadores, conscientes de esto, remuneran bien a sus empleados, otros no. ¿Qué lo impulsa a uno a seguir? ¿Es sólo la alegría de construir una vida profesional? ¿Es esperar las vacaciones cada año como el momento de reconciliarse con la vida?

Muchas veces en estos 8 meses salí de la oficina agotada, deprimida, aburrida, con ganas de mandarlo todo a la mierda, pero estabas tú. Y sentía que sólo por eso, valía la pena todo el esfuerzo. Sólo por llegar a tu casa a que me arruncharas, valía la pena. Anoche nada valía la pena, ¿para qué seguir? ¿por qué continuar?

domingo, 18 de noviembre de 2012

Domingo

Otro domingo trabajando. Hace un mes no trabajaba los fines de semana. No me importaba que fuera puente, no me importaba que tuviéramos mucho que hacer en la oficina. Dedicaba mis fines de semana a la familia y la pareja. Eso hacemos constantemente desde el momento en que entramos a la vida productiva. Sobre todo si lo que ganamos por ese trabajo es necesario para mantener un apartamento, una vida, unos gatos, y uno que otro lujo.

Duramos muchos fines de semana trabajando. Sobre todo los domingos. Llegaba cansada de la actividad familiar y tenía que disponer mi cabeza para producir documentos, emails, conceptos, recursos. Preparaba comida para las dos y tú te ibas a dormir. Prendía la luz de la cocina para que  pudieras dormir; los gatos se ensurrullaban entre tus piernas y mientras decidías dormir los acariciabas y ellos ronroneaban. Yo contemplaba la escena desde la mesa de trabajo. Pronto caías en un sueño profundo como una piedra. 

Solía verte dormir. Hacía frío, me enrollaba una cobija en las piernas y trataba de concentrarme en el trabajo. Lograba sacar una que otra idea, pero siempre terminaba volteando a verte, en esa pequeña cama sencilla, con los gatos desparramados. Era una escena que fácilmente me entibiaba el corazón. No pasaba mucho tiempo entre verte dormida y querer dormir a tu lado. Así que mandaba el trabajo a la mierda, pensaba que al otro día igual tendría que terminarlo más rápido. Yo lo que quería era abrazarte por la espalda y dormir a tu lado.

Sacaba la pijama, me lavaba los dientes con la luz del baño apagada, corría a los gatos sin hacer mucho ruido, me ponía la pijama rápidamente y sin que te dieras cuenta te tenía abrazada. De inmediato el corazón se sentía tranquilo, se sentía en el lugar esperado. Tú, levantabas la cabeza y abrías un poquito los ojos. Me decías cosas entre sueños, que te besara, que me amabas, que ¿qué pasó con el trabajo?. Yo te respondía al oído, te decía que te amaba, que no aguantaba verte dormir sin mi a tu lado, que quería pasar las noches de la vida así, que te amaba con el alma, que el trabajo lo podría hacer mañana, que lo que mi corazón quería era abrazarte de por vida. Tú sonreías, me besabas, te besaba, y volvías a caer profunda en el sueño. 

Este es otro domingo en el que tengo que trabajar. Y no quiero. No solo hace frío, no solo hay mucho que pensar y poca cabeza para hilar tres ideas seguidas. No solo los gatos se arrunchan en la cama, que ahora es doble. No estás en esa cama, no me dices nada al oido y no puedo verte dormir.

Entonces, ¿para qué trabajar?.

September

Septiembre. Un mes cualquiera, dentro de 12 diferentes meses.

Septiembre. Mi mamá cumple años en septiembre, tu papá también.

Septiembre. "Never was a cloudy day".

Vamos en el carro por cualquier calle de Bogotá, escuchamos la X, y depronto suena "September" de Earth, Wind and Fire. Tu conduces, yo te miro, le subo el volumen y la cantamos con el alma. Yo la canto con el alma porque recuerdo nuestro septiembre, cuando todo esto comenzó, cuando me llamabas de México o nos encontrábamos por Skype en las noches. Te escribía en medio de mi día laboral diciéndote que no sabía para dónde iba todo pero que te extrañaba con el alma. 

Septiembre nos abrió paso a Octubre, un viaje familiar a Melgar, un marrano intergaláctico hermoso, un Noviembre casi inexistente con mil entregas y una especial en el Parque Nacional iluminado, y un Diciembre largo y eterno, como dice la canción "Now December/found the love that we shared in September/only blue talk and love/remember the true love we share today".

Siempre tendremos septiembre: "Remember, how the stars stole the night away".



domingo, 11 de noviembre de 2012

Perú 1012

No solo es angustiante, es increíble, casi demencial no poder medir ni controlar el efecto que tenemos en los otros. Estuve 18 días en Argentina el año pasado, de los cuales 14 viví en la calle Perú al 1012, justo al lado de Carlos Calvo, y diagonal al bar El Federal, en la mágica San Telmo. Volví este año y sentí de nuevo que mi corazón pertenece y ha pertenecido siempre a esa ciudad. Esos 18 días los viví de la mano del Gato. El visitante asiduo de este espacio, de mi ventana, de mis noches de insomnio, ese gato que ahora anda perdido en los tejados del sur (que clichesuda frase).


Este es un manifiesto al efecto que tenemos en los demás. Fui a Buenos Aires para cambiar de calles, para deslumbrarme, para cumplir un sueño, para cerrar un ciclo. Llegué a donde un Gato tímido, ingenuo, escondido, asustado. Ambos salimos adelante en esas calles que me dibujé de memoria en la cabeza. Yo salí de Buenos Aires renovada y al llegar a Bogotá mi vida cambió completamente, me fui del hogar materno en menos de un mes después, y él allá hizo amigos y empezó a vivir, a respirar con tranquilidad.

Decía que la primera regla conmigo es "Ella siempre tiene razón", y la segunda era "En caso de duda, remítase a la primera regla". No tenía razón, porque no siempre tengo la razón. Lo dijo sólo porque al calcarme el mapa de la ciudad en la cabeza, siempre sabía por dónde voltear y dónde tomar el bus adecuado. La última noche en Buenos Aires, el 1 de mayo, Fito cerró su gira "Confía" en el estadio de  hockey de Gimnasia y Esgrima. Fue una noche lluviosa a la que el Gato no pudo acompañarme. Llegué a Perú 1012 pasadas la 1 de la mañana y debía estar en Ezeiza a las 3am. Me cambié, terminé de arreglar maletas y él llegó de su trabajo. No hubo espacio para despedidas, no hubo un momento para decirle cuánto lo quería, cuánto le agradecía el cariño y el cuidado de todos los años. Creo que nunca he conocido un hombre tan sensible y tan bello, siempre supe que podía enamorarme de él en cualquier momento. Él trató de despedirse; yo fui parca e higiénica en esas condiciones. Creo que llevaba despidiéndome desde que llegué. Llegó el taxi, bajamos las maletas y para no llorar lo abracé, lo besé en su gran cachete, y le dije adiós, sin esperar su respuesta. Subí al taxi y no mire atrás. Iba a volver, siempre quiero volver.

Cuando llegué a Bogotá encontré un email suyo de despedida. Publico un pedacito porque es de su autoría, y porque antes de ese email pocas cosas me habían hecho llorar tanto.  Fue devastador entender tan tarde todo lo que me había querido decir. Odié su silencio, su cobardía, y lo amé también por eso.

"Agarró el taxi y se fue. A ella nunca le gustó la melosería. No se trata de frialdad de espíritu: ella es la mejor amiga de sus amigxs. Simplemente era su forma, la forma que le parecía más correcta. Una forma higiénica de despertarlo a él de un estado de vigilia permanente.

Entonces se despedían y ella no daba pie para nada.  Su comportamiento siempre impecable, dueña de sí. Garbo en cada paso, y una contundencia muy suya para hablar. No era fría, simplemente austera. Ella de verdad lo quiere a él. Quizá no de la forma que él deseaba por esos días.

Lo que siguió después fue lo lógico. Él se moría por abrazarla y besarla desde que llegó. Así que lo primero que sucedió al pasar el portal de su edificio fue morderse los labios. No era un acto violento, simplemente se los mordía para comprobar que estaban allí. Era un gesto de la infancia: involuntario, completamente honesto. Después las lágrimas: lentas, en silencio, sin hacer gestos, con la cara plana completamente perdido en ese ascensor viejo y hermoso.

Él la quiere a ella. Le guarda un cariño especial. La admira por su coraje. La envidia por su disciplina. Le gusta su sonrisa, su forma de fumar, su espalda, y ese huequito que se forma entre sus muslos y su cintura, justo encima de la línea del pantalón de pijama. -Podría vivir ahí- Piensa  en voz alta cuando descubre ese rincón de su cuerpo, una noche durmiendo a su lado.

Dormir a su lado. Ese lejano y ridículo simulacro de respiraciones rítmicas y ojos apretados. No se trataba de contar ovejitas, ni de la voluntad de dormir, ni de cuentas pendientes en la vida. Era la situación en sí misma: ¡Era ella a su lado!, completamente hermosa y a su lado, completamente dormida y a su lado: es muy simple conjurar la dulce imagen. Era fácil descubrir la razón de su insomnio.

No poder tocarle un pelo en esa situación le dolía. No lo hacía solo por vergüenza. Lo hacía porque de verdad la respeta y de verdad la quiere.  Él sabía que ella no estaba interesada en él de esa forma. No le dolía el rechazo, simplemente le dolía la imposibilidad de tocarle una mejilla, o de acariciarle la cabeza o de abrazarla. Nada más.

Entonces cuando se despedían. Debió explicarle su cara de tonto en el cementerio de la recoleta, su insomnio nervioso en el calafate, su fingida distancia en el jardín botánico, su melancolía en el jardín japonés, sus ganas de besarle la boca en la boca, la envidia que le daban esas guapas mujeres de Palermo que le quitaban la respiración a ella y en otra circunstancia a ambos, su necesidad de ir detrás siempre en Colonia, su obstinado silencio en las calles de San Telmo, su alegría total al verla hermosa y deslumbrada por las luces de 9 de Julio y de Puerto Madero…

[...]

No me dejas deprimido o sufriente. Me dejas pensativo y reflexionando, nada más. Eso si me dejas el otoño y el recuerdo en 84 fotos tuyas. ¡Que lujo! Te quiero mucho, cuando me pienses, la brújula tienes que ponerla al revés."

http://www.youtube.com/watch?v=rJienZFvCd8&feature=fvst

viernes, 9 de noviembre de 2012

Invisible

No somos nuestro pasado, y eso es todo. Se lo repetía constantemente mientras caminaba hacia el colegio. Trataba de borrarse las imágenes de la cabeza. Me contaba esto como una continuación de una historia en sí misma aterradora. No salía una lágrima de sus ojos, inexpresiva, mientras caminábamos por la 11 hacia Chapinero. Pensé que no debímos ver esa película, ahora ella me daba toda esta información de su vida y yo no sabía dónde "depositarla", dónde guardarla y menos qué hacer con ella. Traté de abrazarla, pero de manera sutil no se dejó. Decidí caminar a su lado, muy cerquita, hacerle sentir que estaba ahí, con ella, sin tocarla realmente.

Siento que no debí contarte esto, ahora tienes una suerte de trauma y dejarás de verme con los ojos que muestran tu amor hacia mí. Perdóname, perdóname por decirte todas estas cosas, por regar mi pasado en la carrera 11 como si se lo estuviera contando al viento. Por favor, no me mires diferente, no sientas por mi compasión o tristeza. Me cuesta mucho repetirme que no soy esa niña que era hace 15 años, que se sentía invisible, me he ganado un lugar en el mundo con este pasado que ahora tu sabes. Pero no lo sabes todo.

Avanzaron los años en el colegio, seguía siendo una estudiante ejemplar tratando de sacar las mejores notas y ganarme una beca. Nunca lo logré, siempre estuvo Camilo que hacía algo mejor que yo. El único año que había sido mejor estudiante que Camilo quitaron las becas, perdí de nuevo. Cambiamos de casa y ahora vivíamos en Galerias. Era un apartamento grande y la ventana de mi cuarto daba a la calle 51, era espacioso e iluminado. Mi hermano y yo hicimos el trato de cambiar de habitaciones cada año; el otro era pequeño y la ventana daba al patio, por lo que no tenía mucha luz. Cuando empecé a vivir en esa habitación encontré mi espacio, pequeño y oscuro.

Sólo me destacaba en el colegio por mis notas, me reconocían como una pequeña inquieta, curiosa e inteligente. Los profesores disfrutaban mis preguntas y yo disfrutaba aprender. Comía más libros que comida de verdad. No era una niña común y corriente. Tenía el pelo muy largo y odiaba la falda, me hacía sentir menos cómoda en mi cuerpo, me limitaba para jugar y correr. A pesar de lo que te conté ahora, siempre me rodeé de niños. Disfrutaba que no me vieran como una persona delicada, corría a su par, jugaba brusco y llegaba con el pantalón de la sudadera verde en las rodillas. Mi grupo de amigos confiaba en mi inteligencia; me dediqué muchos años a ayudarles a leer y a escribir, sin esperar nada a cambio. Luego todo cambió y entrando a los 13 años las hormonas les jugaban malas pasadas. Yo era la que sabía a quién le gustaba quién y sin tener nociones de relaciones les ayudaba a mandarles una carta o a escogerles una canción. Me sentía invisible para el mundo, para "el otro sexo".

Terminó séptimo y por mi buen desempeño propusieron ascenderme a un curso más avanzado. Fue la primera vez que recuerde que vi llorar a mi papá de la alegría. No lo hicieron porque yo ya era de las menores del curso en el que estaba, y subirme un curso significaba estudiar con personas 2 o 3 años mayores que yo. Así que entré a octavo, y al mismo curso entraron varios hombres que estaban repitiendo año. Eran alegres, montadores, se hacían los machos y básicamente no eran buenos para estudiar. No se en qué momento empecé a pasar tiempo con ellos. Eran 5 hombres y una chica que siempre me pareció un niño más, como yo. Y de nuestro lado eramos tres chicas, mis dos amigas eran muy diferentes a mi; se sentían bien siendo femeninas y encantadoras. Yo era más neutral, y trataba de montárselas como ellos a mi.

Con ellos empecé a volarme del colegio, empecé a tomar, me enseñaron a fumar; aunque aprendí casi al final del año, el resto del tiempo fingía que fumaba. Luego ellos empezaron a fumar marihuana y ya ahí yo no quise seguirlos. Me aguantaba sus turreras, los acompañaba, pero no era parte de la locura. 

No se cuándo empezó esto exactamente. Como verás, muchas imágenes se han borrado de mi cabeza, gracias a no se qué. Se que sólo fue ese año, porque casi lo pierdo, y para no perderlo salí de ese grupo, marginalmente. Ellos empezaron con una de las chicas, era la más voluptuosa, la más bonita, la más grande, la más femenina. No supe qué pasó con ella, había tardes donde no nos veíamos y yo iba a estudiar a mi casa. Luego, creo que siguieron con mi otra amiga; yo estaba blindada de alguna forma porque aunque no era un amigo más para ellos, sí tenía más de amigo que de amiga. Hasta que un día comenzaron conmigo. Fuimos a caminar al estadio y en la parte de atrás, escondidos, trataron, los 5, de acostarse conmigo. No los dejé llegar tan lejos, pero tampoco pude oponer resistencia. Cada uno me tenía de una extremidad y otro estaba encima mío. Se cambiaban de posición. Llegué a bañarme a mi casa. Recordé los años anteriores y de nuevo no supe qué hacer y menos qué decir. 

Se repitió en un par de fiestas y en un par de sitios. No sabía por qué seguía saliendo con ellos. Se enloquecían y le quemaban las piernas a mi amiga voluptuosa con los cigarrillos que prendían. Somos tan débiles, tan pequeños, que se juntan otros y nos hacen sentir chiquitos y despeciables, llegan a hacernos despreciar cada cosa buena que tenemos. Llegaba a bañarme por mucho tiempo a mi casa. Mi papá renegaba mi gasto de agua. 

Le volvió a ocurrir, y le ocurrió muchas veces. Muchas veces se sintió sucia, y también se sintió que quería que le volviera a pasar. Sentía que odiaba estar entre ellos, pero no pertenecía a ningún lugar diferente. Así, pensaba que merecía lo que le estaba pasando, y trataba de disfrutarlo, pero nunca pudo. Nunca pudo disfrutar nada. Volteamos por la 64 hacia la carrera 13 y vemos la iglesia Lourdes. Cambiamos de acera y ella se acerca a la iglesia, mira la cruz y suspira.

Muchas veces recé, muchas veces pedí que algo les pasara, algo superior que los hiciera entrar en razón. Muchas veces salí de las cobijas y me arrodillé, puse mis codos en la cama y recé para que dejara de ocurrir, para que se fueran o algo les pasara. O algo me pasara y todo terminara. Nunca ocurrió nada.

Se acabó el año y estaba a punto de perder dos materias. Un amiga me vio muy mal y se dedicó a enseñarme geometría, así que logré salvar esa materia. Para salvar periodismo me tocó ir a recuperación y hacer unos trabajos que no me costaron mucho. Mis papás se sentían descepcionados de su hija ejemplar. Yo me odiaba profundamente. Odiaba mi cuerpo, odiaba mi vida. 

Alguien llegó a mi vida ese año, y unos años después me la cambió completamente. Ya sabes quién es. Yo me sentía invisible y ella me notó. Entre la multitud del colegio me abrazó, me escribió, me pidió que me cuidara, sin saber qué estaba ocurriendo con mi vida. Sus papás notaron algo raro en mi, ¿cómo no?, y le ordenaron que se alejara. Fue un fin de año de mierda, sin ella, sin ninguna explicación y lidiando con el desastre que era yo. 

El siguiente año dejé a mis amigos, como a mitad de año solté a los 5, y empecé a pasar más tiempo con ella. Dejé de ser invisible para alguien, que se convirtió en mi apoyo y en mi sostén por los siguientes 9 años. Ya sabes quién es y lo que le dio a mi vida. Un año después de que me rescatara estaba absoluta y completamente enamorada de ella. Ella, la que me dio la vida, la que me notó, la que creyó en algo que estaba dentro de mi. El principito de este zorro. Gracias a ella dejé de ser invisible. Pero esa es otra historia que debe ser contada a profundidad.

Se sentó en las sillas de Lourdes y volvió a pedirme cigarros. Ya se habían acabado, así que fui a Cafam a comprar más. Cuando salí ella ya no estaba. Busqué desesperadamente su pelo castaño oscuro entre la poca gente de Lourdes, pero ya se había ido. La llamé al celular y estaba apagado. Me senté en la silla a pensar qué había pasado y encontré una nota que decía:

"Ya sabes mi pasado, sabes de las pesadillas que me atacan en las noches cuando me quiero fundir en tu abrazo y que no me sueltes jamás. Tu también notaste a esta persona invisible. Te enamoraste de mi risa y de mi forma de bailar, nadie se había enamorado por esas cosas de mi, o nadie me lo había dicho. Gracias, por siempre mil gracias."

Fui a buscarla días después a su apartamento, pero ella ya no estaba ahí. Fui a la casa de sus papás, que me pidieron que me alejara y luego podía buscarla de nuevo. Se perdió, ya no se dónde está y no se cómo encontrarla. Escribo su historia esperando que algún día regrese. No somos nuestro pasado, y eso es todo.

jueves, 8 de noviembre de 2012

A wallflower

Tenía 8 o 9 años, no recuerda bien. O seguro unos más, menos de 11, porque estaba en primaria todavía. Cuando se devuelve a ese momento de su vida todo son sombras y cosas que ya no son recuerdos, porque los ha bloqueado por tantos años que ya no sabe qué fue verdad y qué no. Ojalá nada fuera verdad; pero la recurrente pesadilla de esa edad le dice que algo pasó.

Esta historia la saben dos o tres personas en el mundo, y no se por qué decidió contármela a mi. Salimos un día de cine y a la pregunta -¿qué te pasa? ¿estás bien?- me respondió -espero no te asustes por lo que te voy a contar, realmente ya no hace parte de mi, hace parte de un pasado que no reconozco y que creo debes saber. A mi no me sirve de nada, pero depronto tu entiendas algo de mi al saberlo-. Lo contaré como me lo contó esa noche:

No puedo hacer un seguimiento de cuando pasó qué o cómo. Es decir, esto no es una historia que tiene un principio, aunque si comenzó en algún momento, pero sí tiene un fin, que tampoco recuerdo bien cómo llegó. Como sabes, mi mamá y mi papá fueron padres jóvenes, y gran parte de nuestra vida nos cuidaron nuestras tías y abuelos. Con ellos pasábamos la tarde y luego papá o mamá nos recogía en la noche. Luego las tías dejaron el hogar paterno y cada una consiguió un marido con el cual hacer su hogar. La menor de las tías se fue a vivir cerca a donde los abuelos, y allí formó con su esposo una empresa que en la actualidad apenas sobrevive. La mayor de las tías se "arrejuntó", se fue a vivir lejos de los papás y luego, golpeada por el susodicho, volvió; lo dejó y se llevo a su hija con ella. El único tío vivió con los abuelos muchos, muchos, muchos años. Y por esa época entró en una crisis depresiva muy dura. Lo recuerdo todavía tirando cosas a las paredes desesperado.

Nosotros solíamos pasar los fines de semana en las casas de las tías o los abuelos. El sábado en la tarde le rogábamos a los papás para que nos dejaran dormir afuera. Las tías y los abuelos nos consentían de tal forma que no queríamos volver a casa. La casa de la tía menor era muy divertida, tenía películas y juegos y computador. Mi hermano dormía siempre solo, yo tenía que dormir en la cama de los matrimonios a un lado o al centro. Mientras crecí el lugar fue variando del centro a un extremo de la cama. El desayuno del otro día era la mejor parte de todo el viaje.

No se qué noche fue cuando todo esto comenzó. Pero se que debía tener entre 8 y 9 años, depronto menos. Trato de recordar la edad porque no me explico cómo, siendo tan grande, seguía durmiendo entre el matrimonio de la tía menor. Lo que viene a continuación es un relato de lo que creo que debió pasar, porque no recuerdo bien cuando fue esa "primera vez". Una noche el esposo de mi tía me abrazó, luego talvez otra noche se acercó demasiado a mi, y luego otra noche intentó introducir su pene en mi. Lo intentó muchas veces, mucho tiempo. No se cuándo tiempo pasó. No se cuántas veces fueron. Recuerdo su tamaño, era grande y asqueroso. Me buscaba cuando mi tía no estaba, quería sentirme todo el tiempo.

Pasé saliva. Solté una lágrima. Esta persona al frente mio me contaba una de las historias más difíciles de su vida y yo no sabía qué decirle. ¡Mucho hijo de puta! pensé. Pero, ya qué. Tampoco preguntaría si le dijo a alguien, porque era claro que de esto no hablaba muy seguido y que había preferido guardarlo en lo profundo de sus recuerdos.

Me sentía culpable con mi tía. No entendía mucho de lo que ocurría. Me sentía sucia todo el tiempo y creo que me deprimí, pero realmente no recuerdo ni siquiera en qué curso estaba. Dejé de ir a casa de mi tía. No soportaba estar entre esas paredes ni cuando iba toda la familia de visita. Nunca pude hablar con ella. Sentía que los había defraudado a todos y su olor no se quitaba de mi piel, y cuando cerraba los ojos en la noche sentía su respiración en mi cuello. Lo odiaba. Y sabía aparentar muy bien. No volví a quedarme en esa casa, y mi tía lo reprochó por años. Tampoco recuerdo cuánto tiempo pasó entre lo primero y lo último.

Luego, mi prima creció. Temí el mismo desenlace para ella. La cuidé, pero nunca sabré si así mismo se repitió. Me sentí muy mal por no hablar cuando era mayor, para evitarle el sufrimiento. Fui cobarde. Fui lo que más odio en las personas. Fui cobarde para aceptar lo que me habían hecho, para hablar de eso y para poder hacer algo. Hoy te lo cuento, ya ni se por qué. Porque eso también soy yo.

Respiré, le pasé un cigarrillo y se lo prendí. Yo me fumé uno también, luego otro, y luego otro. ¿Qué hago ahora con esta historia? ¿Qué puedo decirle? 

Nada, no hay nada que decir. Sólo escuchar. No somos nuestro pasado, y eso es todo.

sábado, 3 de noviembre de 2012

"Para ti mamacita"

Estaba en Cali mientras yo estaba en Bogotá. Cada vez que se iba sentía que una parte de mi no funcionaba bien. No estaba completa. La esperaba con ansias locas de verla cuando volvía a contarme sus historias con su familia y el estrés de la vida cuando eres una persona responsable en tu casa. Cada viaje era muy agotador. Volvía con el corazón y el cuerpo agotado, pero contenta de pasar un rato con los que amaba.

Ese viaje era largo y habíamos planeado que en la mitad del mismo nos encontraríamos en Popayán. Yo necesitaba vacaciones con urgencia, salir con ella y pasar tiempo lejos de la ciudad. Así fue, y en el puente, justo en la mitad del viaje, llegué a Cali. El viaje se demoró más de dos horas en arrancar, la llegada del aeropuerto al terminal fue casi imposible, y por los retrasos me quedé sin dónde pasar la noche. Acudí a un hostal conocido, casi pierdo el celular, hasta que pude por fin dormir. Esa noche casi no puedo dormir pensando en verla al otro día.

Salí temprano, desayuné y arranqué para el terminal con una presión doble en el pecho. Iba a conocer un lugar de Colombia de su mano y de la de su familia, que tan bien me había recibido. Llegué por fin a Popayán, y fuimos felices un puente completo. Me devolví a Bogotá dejando mi corazón en Cali, con las ganas de volvernos a ver.

Esa noche ella estaba en Cali, ya pronto iba a volver y yo me tomaba unos tragos con amigos. Vibró mi celular. Era un mail de ella. El título era "Para ti mamacita". Lo abrí. Decía "Dicen mis colegas que una imagen vale más que mil palabras". Me pregunté qué era, pero escondí el celular para que nadie más me viera abriendo la imagen adjunta. La imagen era una foto de ella, perfecta, haciendo pucheros, tomada desde el ipad. Se me subió y bajó todo. No pude volver a pensar con claridad aquella noche.

Le respondí en el email que yo no entendía muy bien qué había sido aquello que ella había visto en mi para darme la felicidad de estar a su lado. No se si fue mi sonrisa, no se si fue nuestra forma de bailar. Nunca lo sabré. Mi mamacita, la única mamacita del mundo mundial para mi, había decidido un año antes que iba a estar conmigo, y yo me sentía llena, completa, en el lugar que era; la razón de mi vida era verla, en esos momentos diarios, verla dormir, verla respirar, escucharla; sus besos, sus abrazos, su risa. Ella era la razón de mi existir.

Me encuentro con la foto hoy. Ella está en Bogotá y yo también. De hecho, nos separan como 15 cuadras nomás. Me desespero pensando que ya no está más en mi vida, que son todas fotos y recuerdos de una vida que ya no es mia, y que yo los veo como un fantasma, con eso que quedó de mi sin mi razón de vivir. La verdad es que la extraño todo el tiempo, no hay más que decir. Existen todas las razones, las argumentaciones para dejarla ir, y yo sigo sin querer rendirme, aquí, a 15 cuadras de su casa.

Hoy pasé por aquí, como Pedro Guerra, pasé por acá porque vi la luz prendida. Pasé por aquí porque te extraño. Mamacita, te extraño.


viernes, 2 de noviembre de 2012

Una cicatriz


Eran las siete de la mañana del viernes 11 de mayo. No quería ir a trabajar, ella despertaba a mi lado corriendo para ir a clase de 7.  Yo no la quería dejar ir.  Recuerdo todo. Salió de la ducha, no se bañó el pelo, y desnuda fue hasta la cama. Yo la miraba con los ojos entrecerrados, la abracé, y la devolví a la cama. Fue ahí cuando sentí un pequeño dolor bajo.  Le dije que me dolía, que no se fuera –aunque era solo un pretexto para que no se fuera-, pero tenía clase.  Se vistió rápido, ya en la cama habíamos molestado por más de 15 minutos.  Me dijo que la llamara, que le contara cómo seguía el dolor. Salió del apartamento, y se me doblaba el corazón.

No me gusta el humor escatológico, pero ese día tenía cólico y todo parecía indicar que llegaría.  Me fui a bañar, pensándola, sabiéndola en clase, me reconocía en el baño gracias a ella, sus manos en mi piel.  Salí del baño y me tomé un ibuprofeno 800mg, pensaba que al final de todo era el cólico. Fui a trabajar.

Pasaba el día en el trabajo, a las 10 ya me había tomado otro ibuprofeno y una buscapina compuesta.  La mantenía en contacto sobre mi dolor, y ella seguía en clase.  Decidí ir al médico, el dolor me ganaba y me doblaba. Me llamó apenas salió de la clase y quedamos de vernos en su casa, ella me llevaría a urgencias.

Por varios minutos hablamos sobre a qué clínica debía ir, mi mamá insistía en la Clínica Santa Fé, ella insistía en la Marly. El dolor y el amor ganaron y nos fuimos a la Marly. Ella conducía con velocidad pero con calma, cada hueco por el que pasábamos era un martirio para mi.  Para acortar camino tomó, sin acordarse, por el camino más lleno de huecos, yo me quejaba, ella se disculpaba, yo me reia.

Llegamos finalmente, estuvo conmigo ahí.  Llegó mi mamá, y las dos me acompañaban, una a cada lado. Ahora que recuerdo esa escena, sonrío, las mujeres de mi vida estaban conmigo incondicionalmente, pero lo mejor era que se querían entre ellas y se apoyaban.  Después de más de una hora de espera el dolor era casi insoportable, lloré un ratito, y mi mamá fue a presionar el tema.  Por fin entré, y apenas el médico palpó mi abdomen y me hizo no se qué tipo de presión, lloré.  Ha sido el dolor más grande que he sentido.

Me llevaron a una camilla de urgencias, el doctor llamó a una doctora más experimentada que me dio un diagnóstico preliminar: apendicitis. ¡Apendicitis! Nunca pensé que me daría, siempre me imaginé cómo sería el dolor.

Estaba en esa camilla horrible y me preguntaba si la dejarían entrar.  Entró mi mamá, le dije que quería verla, que le dijera que entrara.  Qué raro que se siente uno en un sitio tan heterosexual como una clínica, diciéndole a la mamá que por favor le diga a la novia que entre. Y ella entró. Y yo me sentí mejor. Me abrazó, me besó, me dijo que me amaba. Debía irse a dejar el carro, pero volvería.

Pasaron muchas horas mientras salían los exámenes y me llevaban a la ecografía. Yo quería dejar de sentir ese dolor y estar en un lugar más caliente a su lado.  Pero no era posible.  Cuando salieron los exámenes no se confirmó el diagnóstico, así que decidieron igual abrirme la panza y mirar qué.

No la pude ver antes de entrar a cirugía, pasó mi hermano, pasó mi papá y pasó mi mamá.  Pero no ella. Fue muy raro eso, el celular estaba que se moría, y tenía que empelotarme en una sala de urgencias mucho tiempo antes de entrar a sala.  Esperamos un par de horas hasta que por fin habilitaron un quirófano. No pude verla antes de entrar, insisto.

Me quitaron las gafas, y ni siquiera pude ver bien al médico ni a la anestesióloga.  Me contaron que me iban a abrir, me preguntaron cosas sobre otras cirugías, y todo estaba listo.  Entré a la sala de cirugía fría me pusieron un inductor de la anestesia por la vía intravenosa y no recuerdo nada.  Desperté y no veía bien, todo nublado.  Así fue un par de veces.  Luego ya pude hablar, y solo sentí un gran dolor. La enfermera vino y me puso morfina. Volví a dormir.  Luego de 4 horas en sala de recuperación salí.  Antes, la enfermera me preguntó si tenía dos hermanas o primas, porque al lado de mi mamá en la sala de espera estaban dos muchachas.

Yo sabía que ella estaba afuera, estuve a punto de decirle a la enfermera “No, una de ellas es mi novia, ¿no le parece una mujer hermosa?”, pero ella no tenía por qué saberlo.  Salí por fin y entre mi mamá, ella y una amiga me llevaron a la habitación. Ya era tarde, casi la media noche, así que les dije que se fueran. No le permití que se quedara a cuidarme, ella debía descansar.

Al otro día me desperté inflamada y adolorida. El médico vio la herida, me dio las instrucciones del postoperatorio y cuando debía ir a que me quitaran los puntos. Llegó mi mamá y al rato llegó ella. Salimos en el carro para el apartamento, fuimos a almorzar, todo era tan bello –exceptuando el dolor.  No quise quedarme donde mi mamá. Le dije que me quedaría en el apto y que ellos podían ir a verme.

Esa noche, ella tenía alguna cosa que hacer, y yo estaba en casa. Me dijo que su mamá me recogería en el carro para ir a su casa y que pudieran cuidarme. ¡La familia de mi novia me cuidaba! ¿Cuántas personas homosexuales pueden decir que la familia de su pareja los cuida? Yo era una de esas afortunadas.  Llegaron, me recogieron, me hicieron comida, y la esperé en su cama, me cuidó y me dijo que me amaba, que el dolor se iría. Tenía razón, casi siempre tenía razón.

Esa semana fui feliz. Tenía tiempo para ella, para mis gatos, para todo. Me tocaba caminar lento, tener cuidado al levantarme y al sentarme, al reirme, al toser, al estornudar. ¡Pero tenía tiempo! Tenía tiempo para estar con ella. Nos veíamos todas las tardes, pasaba por el apartamento entre clases, desayunábamos. 

Pasó el tiempo y me recuperé.  Me acompañó a quitarme los puntos, y todo iba bien. Cuando veía la cicatriz le daba besos, le decía que era la más linda del mundo, que la amaba.

Ya no estás aquí. No soporto este apartamento, ni la vida, nada.  Te sigo amando, más que en ese entonces, sin embargo, lo único que queda ahora es una cicatriz.

lunes, 22 de octubre de 2012

Errar

Uno no es perfecto. Todo el mundo sabe eso. Uno tiene sus errores, sus manías, va por la vida tratando de reconocer y aceptar lo que hace mal y profundizar aquello que hace bien. Hay gente testaruda que nunca reconoce lo que hace mal.

Es difícil reconocer que uno no hace las cosas bien. Es difícil aceptar los errores, es difícil cambiar. Cambiar, sólo cambiar, implica pensar, moverse, actuar, aprender, negociar, entender, tantas y tantas cosas que muchas veces no dependen de uno. Lo que más depende de uno, talvez lo más importante, es la voluntad. Esto podría parecer una entrada de autoayuda, pero no. Es sólo que para cambiar se necesitan muchas cosas, pero la principal es reconocer los errores y tener voluntad de cambiar la situación.

Esta canción de Drexler llegó a mi por las redes que no paran, y habla del tema en este corto párrafo:

«La gracia del imperfecto / la bendición del error / cada cual es quién es / por lo que hace de sus defectos / La bruma de los afectos / que gobierna el alma humana / nos libre de la tirana fiebre de perfeccionar / que a veces, sólo al errar / acierta uno en la diana».

Y sí, uno tiene que embarrarla para corregir. No siempre es el final, no todo está escrito. Este es un escrito para dignificar el error, para ponerlo en la posición que se merece. A veces sólo al errar, acierta uno en la diana. Afortunados aquellos que pueden resarcir el error, que pueden y queiren cambiar, que reconocen sus errores y hacen algo para mejorar.

Desafortunados aquellos que no lo hacen, o que logran reconocer pero ya no pueden reparar. Yo creo y confío en la gracia del imperfecto, y en mi voluntad de cambiar. Me he pasado la vida encontrado mis fallas, mis flaws, mirando para adelante y tratando de corregir el rumbo. Espero que esta vez logre hacerlo a tu lado.

jueves, 18 de octubre de 2012

Believe

No me acostumbro. No quiero acostumbrarme. Los gatos tampoco, y Don Luis ya me ha preguntado dos veces por ti. Me llaman las amigas, me hacen seguimiento, preguntan cómo voy, si dormí, si comí algo, si he podido trabajar. 

El tiempo pasa lento, y yo quiero que vuele. A veces logro estar tranquila, a veces la respiración no falla, a veces los pulmones se expanden y reciben agradecidos el volumen de aire que ingresa. 

Hoy no me quiero levantar. Miro estas paredes y te veo en cada espacio. Preparando un desayuno rápido y quemando las tortillas (que mal reaccioné ese día), dándole de comer a los gatos, mirando cosas en el portatil, cambiándote, la pijama en el baño lista para la ducha, al lado del closet, en la cama, arrunchada, friolenta, con tus ojos grandes apenas despegándose sin muchas ganas. Duermo en diagonal para ocupar el todo de esta pequeña cama, pero no soluciono nada.

No quiero acostumbrarme a esta vida sin ti. Me haces falta a cada momento. Podemos arreglar las cosas, podemos mejorar, believe.

martes, 16 de octubre de 2012

Las Ausencias

Pasé una mala noche. Las ganas de descansar la cabeza luchaban con los pensamientos recurrentes sobre la vida, sobre la muerte, sobre la ausencia, sobre el extrañar.  Como siempre, escribir hace que puedas sacar los pensamientos rondantes de la cabeza y dejarlos ahí, un rato, transitanto en la web.  Hace mucho no escribía, tengo toneladas de escritos mal empezados en este blog, escritos que después de mucho pulir verán la luz virtual. Por ahora, me concentraré en este antes de empezar a trabajar.

He perdido mucha gente importante en la vida. Unos se han muerto, físicamente han desaparecido de esta estratósfera y ahora andan por ahí, en los recuerdos, viven y respiran porque otros, -como yo- piensan en aquello que vivieron. Otra gente importante en la vida se ha ido por diferentes razones: todos cambiamos y no pudimos superar los cambios, se cometieron errores, hubo mentiras, hubo momentos tristes y la relación cambió. En esta noche de insomnio he recordado a mucha gente. 

Pero hoy, sobre todas esas ausencias, las cosas tristes y las personas que no están, siento tu ausencia. Tu cuerpo no retoza a mi lado, no siento tu respiración subir y bajar, la cama de ese lado está fría y vacía y yo doy vueltas tratando de sentir tu calor en la distancia. Se que tampoco puedes dormir, lo siento en mi alma. He recordado mil cosas, he escrito en estas horas de insomnio varias cartas plasmándote lo que siento. 

Lo siento. Siento mucho cada lágrima que brotó de tus ojos por mi, por nuestros problemas, por no saber qué hacer, por no saber cómo hablar. He repasado cada discusión, cada momento triste, cada vez que el estrés del día a día -que no supe manejar- te afectó, siento cada plan no llevado a cabo, cada noche de cansancio, cada minuto que sin ti y contigo que no te dediqué al 100%. He repensado todos esos momentos y he recordado cada sonrisa, cada juego, cada beso, cada todo. Mis células profesan un amor inmenso y sincero hacia ti, hacia tu dulzura, tu incondicionalidad, tu amor, tu forma de amar. 

Esta no es la carta que te escribí hace unos días. Eres una ausencia en este momento inmediato que no quiero que sea perpetua, que quiero que termine pronto para volver a tus risas y que todo este ejercicio valga la pena.